19 de abril de 2020

Reflexión de Domingo 19 de abril Domingo de la Divina Misericordia


Hoy, segundo domingo de Pascua, es el domingo de la Divina Misericordia.
Hoy es el día en el que reconocemos todo lo que Dios hizo y hace por nosotros, el día en que celebramos el inmenso amor que Dios nos tiene y como ese Amor se plasma en hechos concretos a los que sabemos darle nombre. Hoy es el día en el que, mirando con ojos de fe la realidad que nos circunda vemos la mano de Dios providente que nunca se olvida de su Pueblo.
Incluso en momentos de dificultad, como nos dice S Pedro en su primera carta, os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego. Porque en los momentos duros es cuando descubrir el Amor de Dios es más necesario y requiere de más fe. Qué fácil creer en tiempos de bonanza y qué fuerte se hace la Fe cuando arrecia la tempestad. Es la Fe que recibimos de nuestros mayores la que alienta y sostiene nuestra vida, es la Fe transmitida por los que nos precedieron la que nos hace vivir este domingo desde la Esperanza y la Alegría de la Pascua.
¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto, le dice el Señor a Tomás en el Evangelio, sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él | y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, nos repetirá Pedro en su carta.
Y nuestra Fe, como la de los Apóstoles, tendrá momentos bajos y nos apoyaremos en Cristo para superarlos, y, como Pedro, quizás lo neguemos en unas ocasiones, y mil veces le declaremos nuestro amor en otras, pero siempre sabremos que esa Fe que nos trasmitieron no nos la guardamos para nosotros, porque nosotros tenemos la Buena Noticia que el mundo necesita, porque como nos la transmitieron así la transmitimos nosotros.
 Ahora nos toca a nosotros ser capaces de anunciar el Evangelio Vivo del Señor, la Buena Nueva que nuestro prójimo necesita en estos días de pesimismo, ser la luz que brilla como un faro sobre la torre de la Iglesia, la luz que en la Parroquia se comparte y se hace fuerte, que disipe las oscuridades de este mundo desesperanzado y, como el evangelista, dar razones de nuestra Fe, Motivos para la Esperanza y cauces del Amor de Dios, y proclamar el Evangelio a los que sufren para que el mundo crea que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tenga vida en su nombre.

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