En la primera lectura, el profeta
Ezequiel nos habla de una fuente que mana del Templo, del Trono de Dios, que
nace hacia el levante, donde se sitúa el desierto, y el lugar del amanecer, y
que se va convirtiendo en un torrente y el torrente en río, a cuyos márgenes
crece la vida. Esta profecía se hará realidad cuando tras la muerte de Cristo
en la Cruz, el trono de nuestro Rey, de su costado atravesado por la lanza
brotó agua junto con la sangre, brotó la Iglesia, brotaron os sacramentos,
brotó la vida cristiana. Y esa agua incipiente se fue convirtiendo en ese
torrente que arrasa el pecado y la muerte, es río que da vida en el sequedal,
que hace que a su lado crezcan árboles llenos de vida que, a su vez den frutos
que trasmiten la vida recibida a su entorno.
En el Evangelio, Jesús junto a la
piscina de Betesda (unas aguas a la que la creencia popular atribuía el poder
de curar en determinados momentos) encuentra a un paralítico, a quien nadie
ayuda a llegar a las aguas. Jesús le cuestiona y exhorta: “¿Quieres quedar
sano?” “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Y, tras sanarlo, le pide:
“Mira, has quedado sano, no peques más, no sea que te ocurra algo peor”.
"No olvides los errores cometidos, no niegues tu responsabilidad y afronta el amanecer con valentía."
Después de estos primeros días de
confinamiento y miedo comienza a tambalearse y secarse la esperanza, comienzan
los agravios comparativos y los reproches, nos da la sensación, no sin cierta
verdad, que nos hemos quedado desarmados, incapaces, paralíticos. La Iglesia en
estos días difíciles, no vocea sus logros, no cae en el autobombo, la Iglesia
manifiesta al mundo el amor recibido de Dios con sus hospitales, residencias,
comedores, cáritas, atención espiritual, iniciativas de promoción, locales
puestos a disposición pública, y tantas y tantas obras que hoy son
indispensables. Pero, sobre todo con la actitud de tantos y tantos cristianos
que, a través de nuestras instituciones, pero también y sobre todo, a título
personal, ponen lo mejor de lo que son y lo que tienen al servicio de nuestra
sociedad, aunque les conlleve ingratitud, incomprensión, aunque pueda suponer
poner en riesgo la propia salud y la de los suyos.
También debe llegar al mundo las
palabras de Jesús al paralítico: ¿quieres realmente sanarte?, pero no sólo del
coronavirus del que nuestros profesionales sanitarios y nuestros investigadores,
con la ayuda de Dios, sin duda lograrán hacerlo; ¿quieres curarte de los males
que ahora estás descubriendo que tenías, quieres sanar las debilidades que,
como sociedad, ahora estamos notando?; pues levántate, no esperes a que nadie
lo haga por ti, toma tú la iniciativa, toma tu camilla tu historia, recuerda de
donde partes, no olvides los errores cometidos, no niegues tu responsabilidad y
afronta el amanecer con valentía. Y seguro que el Señor nos sanará, nos
devolverá en vergel lo que ahora es desierto. Pero en adelante, no peques más,
aprende de esta experiencia y cambia, mundo, porque la próxima quizás será
peor.
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