En los momentos
difíciles, en las situaciones duras es cuando sale al descubierto la grandeza
de la humanidad. La inmensa mayoría de los seres humanos han sabido hacer
crecer esa semilla de bien que el Señor puso en nuestro corazón, pero hay una
pequeña minoría, aunque ruidosa, en la que la bondad no es su cualidad
destacable, personas que optan por el camino del egoísmo, del destierro de Dios
porque no admiten mas dios que ellos mismos. Son los que popularmente definimos
como malas personas. A estos, la bondad de su semejante hace que se quede al
descubierto su mezquindad, aquellos capaces de aprovecharse del dolor del
prójimo en su propio beneficio, o que buscan su provecho personal , aun a costa
del bien común.
En la realidad actual que
nos ha tocado vivir son muchas las iniciativas de creyentes anónimos y de
instituciones eclesiales que están ayudando a poner al descubierto el corazón
de la Iglesia.
Nuestra fuerza es el Señor y nuestra meta, hacer su voluntad.
Y en esta realidad,
vociferan intensamente aquellos a los que las acciones de la Iglesia, la
mayoría de ellas anónimas y silenciosas habitualmente, los desvelan con toda
nitidez ese sórdido egoísmo que los caracterizan. Son los que rechazan abierta
y obstinadamente a Dios porque Dios estorba en sus planes; y no nos referimos a
los que no tienen fe, o a los de fe tibia, o a los que tienen una visión
deformada de Dios, nos referimos a aquellos que han hecho una opción clara y
libre contra Dios y la Iglesia. Aquellos que, desde el odio manifiesto,
rechazan y atacan cada vez que se nombra a la Iglesia. Todos estos litigantes
que, como en la época de Jesús, lo buscan para acabar con él, pues en la bondad
y el altruismo de la Iglesia quedan al descubierto las verdaderas motivaciones,
las auténticas opciones, la real escala de valores de todos ellos (“Acechemos
al justo, que nos resulta incómodo” “es un reproche para nuestras ideas”) Persiguieron
y difamaron a Jesús y lo mismo harán con nosotros cada vez que seamos fieles a
nuestra razón de ser.
Pero los creyentes
actuamos porque estamos convencidos del Amor Redentor de Dios, no para que
hablen bien de nosotros, por amor al prójimo, no por proselitismo; porque
nuestra fuerza no está en la opinión pública ni en el aplauso, nuestra meta no
son unos likes en las redes sociales. Nuestra fuerza es el Señor y
nuestra meta, hacer su voluntad. Y sin miedo a las consecuencias, porque
sabemos que el Señor siempre está cerca de los atribulados.
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