De Galilea no salen
profetas. Es la expresión que usan los fariseos, para desautorizar a Jesús. Es
fruto de los prejuicios y la soberbia. Porque pocas cosas nos alejan más de
Dios que estas actitudes.
Los prejuicios nos
impiden descubrir al otro más allá de la imagen preconcebida que de él nos
hemos hecho. Nos impide acercarnos a la persona, pues sólo nos permite ver,
desde lejos juzgando por lo exterior, por las circunstancias, por lo que dice
la gente. Los prejuicios son una barrera que el prejuicioso pone a su alrededor
pues a nadie lo hace digno sino en cuanto tiene algo en común con él
enjuiciador.
"Que seamos capaces de afrontar la vida desde la humildad, que seamos capaces de mirar al mundo como semejante"
La soberbia es la actitud
por la que nos podemos llegar a considerar superiores y más perfectos, despreciando
y minusvalorando a todo lo que no soy yo. Hay soberbia racial, cultural,
temporal, … nuestra raza es la más perfecta, nuestra cultura es la más
avanzada, nuestra época es la mejor...; y hay también una soberbia espiritual o
religiosa: Dios es como yo digo y los demás se equivocan, incluso Dios. Forma
parte de los pecados capitales, de los pecados que dan origen a otros muchos y
nos hace entrar en una dinámica en la que me alejo de Dios, pues nunca
reconoceré cuales son realmente mis pecados.
Los prejuicios y la
soberbia pueden ser parte de los causantes de la situación que estamos
viviendo, pues nos creíamos el centro del mundo, sin nada que aprender de los
demás; formábamos parte del occidente civilizado, de la Europa del bienestar, y
el resto del planeta estaba en situación de inferioridad con respecto a
nosotros.
Los prejuicios y la
soberbia nos hicieron creer que podíamos construir una sociedad sin Dios y que
la Iglesia no tenía nada que aportar ni ofrecer, pues el hombre europeo era la perfección.
Esta experiencia amarga
que vivimos puede traernos algo positivo: que seamos capaces de afrontar la
vida desde la humildad, que seamos capaces de mirar al mundo como semejante,
que estemos dispuestos a descubrir en el otro a un prójimo, dejándonos sorprender
por lo mucho que los demás pueden aportarnos.
Pero nos ha de servir
para ser capaces de dejarnos trasformar por Dios, sintiéndonos inmensamente
pequeños ante su eterna Misericordia, poniéndonos en sus manos, dejándonos
acoger por Él
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