Después de todos estos días de confinamiento, es normal que
el ánimo decaiga. Empezamos a sentirnos presos inocentes en nuestras propias
casas. Es una sensación como de estar sometidos a esclavitud, privados de cosas
que formaban parte de nuestra rutina y eran para nosotros poco menos que
imprescindibles; lo que hace poco pensábamos que eran necesidades o incluso un
derecho, ahora los vemos como privilegios superfluos. Hemos descubierto cuántas
esclavitudes nos tienen sometidos, a cuántos amos nos hemos doblegado. Hemos
aprendido a distinguir entre lo apetecible y lo necesario; hemos vuelto a apreciar
el valor del esfuerzo, del sacrificio, hemos aprendido a valorar lo que los
demás hacen por mí.
En estos días de intensa cuaresma Dios se ha hecho mucho más necesario, nos hemos dado cuenta de que no podemos vivir sin Él
Y hemos aprendido quien es realmente imprescindible en mi
vida. A quien puedo acudir incondicionalmente. Hemos descubierto que, como a los
tres jóvenes del libro de Daniel, Dios no nos salva desde fuera, sino que entra
en medio de las llamas que nos angustian para, desde allí, desde la cercanía,
desde el hacerse uno con el que sufre, ser su fuerza y su valor. En estos días
de intensa cuaresma Dios se ha hecho mucho más necesario, nos hemos dado cuenta
de que no podemos vivir sin Él; que la Fe no es un mero ideario ni una glosa de
verdades, sino que es la antorcha que da luz a las oscuridades; que la Caridad
no es el limosneo que se da con cuenta gotas, sino que el Amor de Dios se
encarna en el corazón del hombre y lo lleva a dar su vida por sus semejantes;
que la Esperanza no es una utopía filosófica, sino que es una certeza que brota
de la Fe y se alimenta de la confianza en Dios, y nos ayuda a vislumbrar ese
amanecer que nos espera en la Pascua, ese día sin ocaso que es vivir junto al
Señor.
Que incluso encerrados, en el temor y el riesgo, renunciando
a tanto, si estamos junto al Señor, si lo vivimos desde Dios, somos más libres
que nunca. Porque Dios nos ha ayudado en estos días a descubrir que nuestras
verdaderas cadenas estaban dentro de nosotros, que el pecado es el que nos
había tenido maniatados, y experimentaremos estas vicisitudes como una
oportunidad, desde nuestra libre opción por el bien común, de unir nuestros
sacrificios al Sacrificio de Cristo en la Cruz y poner nuestra agota de agua en
el Cáliz de la alianza que Dios ha sellado con el hombre por la sangre de
Cristo derramada.
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