Cuando Dios cerró su Alianza con Abraham parecía un sueño,
una locura. A un anciano sin tierra ni casa, Dios le promete una Tierra y una
descendencia numerosa, para el pueblo de Israel, los signos de la bendición de
Dios.
La lógica humana habría desistido de ese propósito o, si
acaso lo habría interpretado de la forma más estricta y justa posible. Y cuando
Sara, la esposa de Abraham, anciana centenaria, tiene a su hijo Isaac, la
realización de un imposible hace vislumbrar que la promesa de Dios iba a
cumplirse de alguna manera. No sabemos las expectativas de Abraham, pero con la
razón humana parece que se va a quedar en la mínima expresión. Padre de una
pequeña familia y un sitio donde plantar su tienda. Pero esa pequeña familia se
convirtió en clan y el clan en pueblo; y Dios cumplió su palabra, pero el hombre
no fue fiel al Señor; y Dios volvió a sellar su Alianza dándoles la Ley desde
el monte Sinaí. Y Dios les dio una tierra, aquella que había prometido a sus
ancestros.
"Para poder ver los frutos de la promesa de Dios tenemos que mirar como Él"
Muchos siglos después, vuelve el Señor renovar esta Alianza.
Y esta vez la Alianza es universal. Ha sellado un pacto de salvación, y Dios no
olvida su alianza. Y para la mentalidad humana vuelve a comenzar con un
imposible y un aparente fracaso: el Hijo va a nacer de una mujer Virgen y el
final de su vida será abandonado por la mayoría de sus discípulos y ejecutado
en la Cruz.
Hoy somos millones los descendientes de Abraham, nuestro
padre en la Fe; somos nosotros los herederos de aquella promesa.
Nos contamos por
millones los que formamos el Pueblo de la Nueva Alianza. Aquella que comenzó a
escribirse en el vientre de una doncella y fue sellado en el monte Calvario. Y
Dios sigue cumpliendo la palabra dada.
Porque para poder ver los frutos de la promesa de Dios
tenemos que mirar como Él, Pues, aunque el hombre mira siempre con distancias
cortas, Dios mira siempre en lontananza.
En esta situación que nos ha tocado vivir tenemos que
aprender de nuestro pasado y saber que, aunque con nuestra forma de mirar la
vida no nos percatemos queremos y debemos mirar con Dios al horizonte para
descubrir que allí viene, ya se acerca, la luz de un nuevo amanecer, Pascua
luminosa que disipa las tinieblas de la noche.
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