Hoy el Evangelio nos relata un fragmento de la última Cena,
aquel en el que Jesús anuncia la traición de Judas y las negaciones de S.
Pedro.
Pero permitidme que centre esta reflexión en la figura de
Pedro, el primero de entre los Apóstoles, el llamado a ejercer vicariamente el
papel de piedra sobra la que estamos edificados.
Pedro, el que, envalentonado, reprendía a Cristo que les
acusara de no ser capaces de seguirlo. El que, rodeado del resto de la Iglesia,
al abrigo de los apóstoles, dijo: daré mi vida por ti. Y llegada la hora, como
Cristo le vaticina en las lecturas de hoy, Tres veces lo negó sin que siquiera
cantase el gallo.
Y, como Pedro, también nosotros, cuando nos sentimos arropados
por los demás, o en el contexto de cualquier reunión de iglesia, en funciones
principales, rodeados de los nuestros, en manifestaciones multitudinarias, envalentonados,
le juramos fidelidad eterna.
Y tantas veces, como Pedro, decimos frases del estilo: doy
la vida por mi Cristo, o, con mi Virgen muero.
Y cuando llega la hora de la dificultad, en el día a día,
como Pedro, negamos haber estado con Él, negamos, al mundo o a nosotros, que muchas
veces he estado junto a Él, en la oración, celebrando la Eucaristía, y junto a
Él nos hemos sentido plenos; ¡tantas veces le hemos dado la espalda a su
Cuerpo, presente real y substancialmente en la Eucaristía!
Tantas veces hemos negado ser parte de los suyos, parte del
grupo de los que le siguen, tantas veces hemos dado la callada por respuesta
cuando se ha insultado a la Iglesia, nuestra Madre, de la que María es modelo,
o nos hemos sumado a la crítica, o incluso la hemos iniciado nosotros; ¡tantas
veces le hemos vuelto la cara al Cuerpo místico de Cristo!
Tantas veces hemos negado lo que somos, nos hemos diluido en
medio de la sociedad, hemos dejado de ser fermento, sal, luz. Nos hemos
adocenado olvidando que, por encima de todo, somos cristianos, tenemos una
propuesta de vida para el mundo, que los últimos son los primeros en el Corazón
de Cristo, que no estamos para ser servidos, sino para servir y que el lema que
ilumina nuestro caminar es el Amor a Dios por encima de todo y reflejar ese
amor amando al prójimo como a mi mismo. ¡tantas veces, como la mano de Pedro,
ponemos un muro entre nosotros y Cristo, presente en nuestros hermanos más débiles!
Por eso hoy, esas tres negaciones de las que Cristo habla no
son las de Pedro, que son las nuestras.
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