28 de marzo de 2020

Reflexión 28 de marzo #Cuaresma #YoRezoEnCasa




De Galilea no salen profetas. Es la expresión que usan los fariseos, para desautorizar a Jesús. Es fruto de los prejuicios y la soberbia. Porque pocas cosas nos alejan más de Dios que estas actitudes.

Los prejuicios nos impiden descubrir al otro más allá de la imagen preconcebida que de él nos hemos hecho. Nos impide acercarnos a la persona, pues sólo nos permite ver, desde lejos juzgando por lo exterior, por las circunstancias, por lo que dice la gente. Los prejuicios son una barrera que el prejuicioso pone a su alrededor pues a nadie lo hace digno sino en cuanto tiene algo en común con él enjuiciador.

"Que seamos capaces de afrontar la vida desde la humildad, que seamos capaces de mirar al mundo como semejante"

La soberbia es la actitud por la que nos podemos llegar a considerar superiores y más perfectos, despreciando y minusvalorando a todo lo que no soy yo. Hay soberbia racial, cultural, temporal, … nuestra raza es la más perfecta, nuestra cultura es la más avanzada, nuestra época es la mejor...; y hay también una soberbia espiritual o religiosa: Dios es como yo digo y los demás se equivocan, incluso Dios. Forma parte de los pecados capitales, de los pecados que dan origen a otros muchos y nos hace entrar en una dinámica en la que me alejo de Dios, pues nunca reconoceré cuales son realmente mis pecados.

Los prejuicios y la soberbia pueden ser parte de los causantes de la situación que estamos viviendo, pues nos creíamos el centro del mundo, sin nada que aprender de los demás; formábamos parte del occidente civilizado, de la Europa del bienestar, y el resto del planeta estaba en situación de inferioridad con respecto a nosotros.
Los prejuicios y la soberbia nos hicieron creer que podíamos construir una sociedad sin Dios y que la Iglesia no tenía nada que aportar ni ofrecer, pues el hombre europeo era la perfección.

Esta experiencia amarga que vivimos puede traernos algo positivo: que seamos capaces de afrontar la vida desde la humildad, que seamos capaces de mirar al mundo como semejante, que estemos dispuestos a descubrir en el otro a un prójimo, dejándonos sorprender por lo mucho que los demás pueden aportarnos.
Pero nos ha de servir para ser capaces de dejarnos trasformar por Dios, sintiéndonos inmensamente pequeños ante su eterna Misericordia, poniéndonos en sus manos, dejándonos acoger por Él

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